Mateo 16, segunda parte: Un grave error de parte de Pedro, el discipulado

Léase por favor Mateo 16:19-28

En el estudio anterior, tocamos brevemente lo que Jesús dijo después de su confesión bendita de Pedro de quien era Jesús, el Cristo, Hijo de Dios viviente. Por haber hecho esta confesión, una verdad revelada por Dios Padre, recibió Pedro ciertas promesas. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. A lo mejor, hemos escuchado las bromas que se hace en el mundo acerca de Pedro, como si fuera el que guardaba la puerta al cielo y decide quien puede o no puede entrar. Es demasiado triste pensar que así se interpreta lo dicho por Jesús a Pedro. El reino de los cielos no está en los cielos, sino en la tierra donde la fe reconoce que los cielos reinan. Pedro, usando la potestad que le fue dada por el poder del Espíritu Santo, abría a los judíos el reino en Hechos 2 y a los gentiles en Hechos 10. Además, desataba a los mismos judíos de la culpabilidad de su pecado tan grave, de haber crucificado a su Mesías. Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo … Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Hechos 2:36-40 En Hechos 8, vemos a Pedro atando el pecado de Simón el mago sobre el mismo. Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios … Hechos 8:20-21 Así vemos que estos actos de Pedro fueron ratificados por el cielo, pero aquí en la tierra.

Justo después, Jesús les decía a sus discípulos que ya no anunciasen la venida del Mesías. Su rechazo fue completo por su propia nación. Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo.

Acaso nos es de sorpresa, escuchar de una vez después de Pedro, tropezando tan gravemente que el Señor detectó que sus palabras eran motivadas por el mismo Satanás. (Debe ser muy claro entonces, que Pedro no podía ser una roca sobre la cual en Señor Jesús iba a construir su iglesia. Su nombre “Pedro” quiere decir “una piedra.” Una piedra es una pequeña pieza de una roca, y así Pedro iba a ser parte de la iglesia que Cristo construía, y vemos Pedro confesando esto en su primera carta; Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas … 1 Pedro 2:4-5) Sin embargo, en nuestro capítulo vemos a Pedro al escuchar las palabras de Jesús que iba a sufrir, morir, y resucitar, se atrevía contradecir al Señor; Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. A mi me parece que toda su primera carta de Pedro a los judíos cristianos era un arrepentimiento por haber dicho tal cosa. Pedro pensaba, correctamente, que Jesucristo iba a reinar. Pero lo que le faltaba entender era que este reino iba a ser solo a través del sufrimiento de la cruz, pues los pecados tenían que ser expiados por su infamante muerte. En cada uno de los cinco capítulos de su primera carta, Pedro habla de los sufrimientos de Cristo, cosa que aquí negaba que iba a suceder. Pongo por ejemplo lo que Pedro escribió acerca de las profecías del antiguo testamento; Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros … el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. 1 Pedro 1:10-11 Vemos a Cristo así amonestando a los dos que iban a Emaús en Lucas 24:26-27 ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.

Nuestro capítulo termina con Jesús hablándolos a sus discípulos del discipulado, o sea, el seguirlo a Jesús en este mundo, que iba a ser con el costo de también ser rechazado. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Pedro había dicho que el Señor Jesús no niéguese a si mismo, tomando su cruz de expiación. Nosotros no podemos, por supuesto, tomar la cruz en el sentido de la expiación, pues esta expresión “tomar la cruz” por nosotros representa la separación del mundo que rechazó y crucificó al Señor de la gloria. El que llevaba una cruz sabía que iba a la muerte y no habría por él interés en cualquier cosa mundana. Pero no iba a ser olvidado por Dios una vida así apartada del mundo y sus intereses; Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras. Esto llamamos “la manifestación” de Cristo, cosa que sucederá al último de la gran tribulación, cuando Cristo vendrá por salvar a su pueblo fiel, el remanente de judíos que rechazaron la idolatría del Anticristo y la bestia. Así los premios por los cristianos están siempre relacionados con la manifestación de Cristo, y no con el arrebatamiento de la iglesia, que sucede un mínimo de siete años antes.

En el siguiente estudio, veremos Dios mediante como Cristo iba al monte a mostrarles a tres de sus discípulos un prototipo de aquel reino postergado, pero no olvidado ni puesto a un lado.